POR SI
ALGUIEN QUIERE BUSCARLO
Sentado en
un banco observo la ciudad,
necesito
conocer su vida, su arquitectura,
sus mañanas
de esfuerzo y evolución,
sus noches
de esplendor y diseño,
sus
madrugadas de residuos y decrepitud,
su
intrincada ética.
Las atrevidas gotas de una fugaz
llovizna
precipitan
sobre los adoquines
el dióxido
de carbono,
el progreso
se recupera,
recobra el
resuello.
Los niños,
cabellos de plata,
parecen
viejos.
Rejuvenecidos
relucen los ancianos,
y es
extraño, muy extraño.
Descubro intercambio
de mercaderías,
almas,
paraísos.
Me llega un
insoportable ruido
de bisagras,
cerrojos, cerraduras,
ahora en la
calle sólo veo puertas y más puertas,
la ciudad es
una gran puerta cerrada,
ni siquiera
un postigo entreabierto.
Planean
sombras, lamentos, rituales,
al final
llueve ácido, dolor, rechazo.
Me sobresalta
un temblor de vidrio y metal,
no sé si
vengo de un sueño,
no estoy
seguro,
pero me
aferro a la ciudad,
nada importa
que sus estridencias
desgarren mi
vigilia.
Quiero
participar, es irrenunciable,
del simple
ir y venir de mis hermanos,
a veces
atrapados en las cloacas de la exclusión,
a veces tras
los cristales tintados de la exclusividad,
y a ello
convoco mis sentidos.
Alegres transitan esperanzas, bondades,
obediencias
firmes,
algún que otro
perdón
y un ligero
atisbo de arrepentimiento.
Dignidad y
honradez vienen de la mano
pero no veo
sus rostros.
Una
muchedumbre de rutinas aplaude a la estulticia.
Sin rumbo se
mueven las promesas,
al filo del
suicidio buscan su destino.
Los
corazones aquejados de soledad,
aislados en
la calle deambulan.
Las
indecisiones, en acción pendular ,
van de acera
en acera,
no avanzan,
no
retroceden,
sólo cruzan
y cruzan,
e inconscientes
borran su senda.
Una sonrisa
vuela cansada,
y es raro
con tantos labios donde parar y crecer,
donde anidar su alma de pájaro.
Por la
rejilla de un colector cualquiera,
en ocasiones,
el olvido
asoma la cabeza,
no ríe, no
llora, no ama,
normal, el
olvido tiene estas cosas.
La tristeza
sentada en el suelo,
sin más pasa
las horas,
cabizbaja,
ensimismada, introvertida,
nadie le
presta un segundo de alegría,
un amago de
caricia siquiera.
En estampida
irrumpe la codicia,
todos miran,
la desean,
quieren
tocarla,
unirse a
ella,
pero como es
muy ambiciosa
y no menos
individual,
pisotea a
unos,
pisotea
aotros,
y a todos deja
tirados.
Sin embargo,
el amor
entre la multitud,
pupilas
limpias de manantial,
es fácil
distinguirlo,
se ve solo y
sorprende,
mira a un lado,
a otro,
a éstos y
aquellos,
mira a
todos,
no es
quimera,
tampoco
invisible,
pero sigue
solo,
ignorado,
o peor,
como un
desconocido.
Recoge su
atril de grandes ocasiones,
sin
pronunciar discurso,
propuestas,
consignas,
y se aleja
despacio.
No parece
triste,
claro, la tristeza
es compañera del desamor,
eso si,
va dejando
una senda,
por si alguien
quiere buscarlo.
Manuel
Camuñas
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