ME GUSTARÍA
PREFACIO
Podría considerar
que soy un loco de paja en los mercadillos medievales, un iluso de plomo en las
joyerías exclusivas, una marioneta de agua en los desiertos del corazón, el
primer eslabón de la libertad, los penúltimos gritos de los vencidos, o las
últimas decisiones de un emigrante a las puertas del silencio.
Quizás sea un pájaro
de gas noble, una roca a la entrada del olvido, un trasatlántico de papel
mojado en las arterias del Siglo de las Luces, un caimán en la estratosfera, la
nota discordante en los conciertos de año nuevo, o un lince en las heridas del
cambio climático.
Estaría bien ser un
sembrador de jardines en las arterias del odio, un corredor de seguros de
ciudadanía en las bodas reales, un lector de poemas de nieve en las áridas
almenas de la conciencia, las respuestas de un sabio que busca la paz, un rayo
de esperanza dormido a la sombra de un pinsapo, o un ramillete de besos en los
labios del horizonte.
Por qué no ser un
guardián de la verdad impermeable a las balas, un beso de hielo en la boca de
un volcán, el primer enviado especial del amor a las puestas de sol en los días
de tristeza, los cinco primeros abrazos de la felicidad en los lactantes, un
borrón en la inmensidad del conocimiento, el silencio de los invertebrados a la
luz del sol, las lecciones de la historia en los olvidos de los profesores, o los
virus de la economía en las democracias del tercer milenio.
Me gustaría que a
media noche brotasen auroras,
arboledas y
corduras,
genomas y
heterodoxias,
que los
trasatlánticos surcaran desiertos,
los camellos la Vía
Láctea,
las rosas el escudo
antimisiles,
que los carros de
combate disparasen proteínas,
pétalos y abrazos,
baladas y
fragancias,
que las enfermedades
fuesen las fábulas de los poetas,
el sueño de los
anfibios,
los recuerdos
tristes de la humanidad,
que los
especuladores especulasen
con la distancia a
las Perseidas,
con los emoticonos
hoscos,
con la destrucción
de la Armada Invencible.
Me gustaría ver palabras
de amor en las constituciones,
labios rojos en la
sobremesa,
horizontes en la
mirada de los ancianos,
selvas con leones y
gorilas,
marcha atrás en las
declaraciones de guerra,
lunas de miel en los
corazones desesperados,
gatos negros bajo
los arcos de triunfo,
fumata blanca en los
divorcios exprés.
Me gustaría descifrar
los designios inescrutables,
recibir la luna
descalzo y en vaqueros,
detener el tiempo en tu piel y mis manos,
calcular en besos la
distancia a tu amor,
componer poemas de nieve en los volcanes,
oír
canciones protesta en los cantos cardenalicios,
contar las verdades
del barquero a las puertas del alma,
vivir el fin de las guerras
y los guerreros.
Me gustaría que la
ternura no se disuelva,
ni se oxide en los
baúles,
o sea moneda de
cambio en las fiestas populares,
que a los niños no
les amarguen la niñez,
el alimento del
juego,
la sonrisa inocente,
que en las bodas lo
primero sea el beso,
lo último la rutina,
que el hambre solo
sea de amor,
la mentira humo en
el vendaval,
que las palomas de
paz aniden en las ánimas de los cañones,
los bombarderos se
oxiden en los angares,
el sufrimiento en
los tratados de antropología.
Me gustaría vivir la
desaparición del odio,
indiferencias y
mercadeos,
hipnotismos y
malversaciones,
coleccionar
arrepentimientos y trilogías,
amistades y
supernovas,
caricias y
plenilunios,
extender la verdad
sobre las declaraciones políticas,
sobre los dogmas
teológicos,
sobre las huellas de
la jurisprudencia,
adjuntar el universo
a los localismos,
a los ombligos
hospitalarios,
a los predicadores radiofónicos,
a la soledad de los
mendigos.
Me gustaría, me
gustaría, me gustaría...
Manuel Camuñas