NOS VAMOS DE BERREA
Bien
pertrechados de varas para ahuyentar peligros imprevistos, con botas para el
campo y con un chubasquero impermeable, por si nos sobrevenía algún aguacero, ayer,
a eso de las 18:00 horas, con una pareja de amigos, nos fuimos a observar la
atractiva y ensalzada berrea. Al final del camino del Pelicano, jalonado de
chalets a ambos lados y de algunas huertas abandonadas o semiabandonadas, junto
al arroyo que viene del Portachuelo, que en estas fechas está tan seco como un
roquedal de basalto, o como las cuentas corrientes, al final del mes, de los
dannificados por la reforma laboral, dejamos aparcado el coche.
Por
un camino que de vez en cuando tenía un paso canadiense, nos fuimos adentrando
en las fincas que se extienden a los pies de la cara norte de los Montes de
Toledo. En el camino de ida nos cruzamos con unos paisanos, que volvían,
imagino, de desgastar las calorías de la comida campera, que es lo suyo, y que,
es de suponer, habían dado fiel cumplimiento, ya se sabe que en el campo se
abre el apetito y todo nos sabe mejor, decidme si conocéis a alguien que le
haya hecho ascos, en la tranquilidad de la naturaleza, a una tortilla española,
y regresaban a una de las casas camperas, ubicada en las inmediaciones del
lugar en donde dejamos el coche.
Habíamos
cubierto ya más de kilómetro y medio y de los berridos nada de nada. Entonces,
por dar una explicación, ya que de esos menesteres no tenemos ni pajolera idea,
seamos sinceros, la falta de vociferio animal, la atribuimos a la ventosa tarde
que nos estaba haciendo, deduciendo que tal vez con esas ventoleras los venados
no estaban para cortejos ni demostraciones de fuerza, que menudos son de finos
estos primorosos animalitos, como para ponerse en una tarde tan desapacible,
con el riesgo de que las cornamentas mojadas les resbalaran y echasen por
tierra todo su esfuerzo.
A
pesar de que en ocasiones nos caían unas finas gotas que se escapaban de leves
nublados, que nos podían haber servido para ganar una apuesta, pero poco más, decidimos
continuar no fuera aser. La sierra quedó envuelta en un manto gris claro, era
como una neblina que se prestaba a servir de manto a las elevaciones de la
montaña y que hacía más bella la aireada tarde.
Bajo
una encina, avistamos dos ciervos jóvenes. El macho se nos quedó mirando
fijamente, creo que nos estaba tomando la matrícula y nuestras intenciones y
hasta las aptitudes conductuales, pero en un abrir y cerrar de ojos de dos
saltos desaparecieron entre la maleza, por lo que dedujimos que, a pesar de
nuestra bondad en el asunto de los animales, no pensaron lo mismo esta pareja
de cervatillos, y que lástima, pues se frustró lo que podía haber sido el
comienzo de una gran amistad. Unos pasos más adelante pudimos contemplar, a lo
lejos, cómo pasaron varios ciervos más,
corriendo
hacia el oeste.
Pero la
noche se nos echaba encima y decidimos volver, y fue en el camino de regreso
cuando escuchamos algún berrido, tan débil y espaciado, que pareciera que lo
hacían en honor a nosotros y no en su favor, porque aunque los creamos
esquivos, en determinadas circunstancias, y ese entendíamos que era el caso, cómo
dudarlo después de todo lo andado, pueden llegar a ser muy atentos y
serviciales; y al fin y al cabo, oímos, esosí, en lontananza, lo que habíamos
venido buscando, por lo que la frustración quedose en el umbral de los
neurotrasmisores.
Tres
bellotas, todavía verdes, y una rama de tomillo, me traje a casa, para dejar
constancia de nuestro paseo por los encinares de la falda de la sierra.
A la
vuelta paramos en el restaurante el Stop, que por ser las 20:30, hora en la que
dio comienzo el partido entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, estaba
lleno de aficionados futboleros. Visto lo visto no sentamos en la terraza del
patio y nos embuchamos unas pulgas que nos repusieron de nuestros aventados
cuerpos. Y oye, el regreso tuvo una gratificante recompensa, pues me estaban
esperando una pareja de amigos para comprarme el poemario DÍAS DE SONRISA EN
LAS HERIDAS, que, como todo el mundo sabe por la global repercusión que tuvo el
acto, presenté el viernes 2, en el teatro Echegaray de Sonseca, por lo que la
noche se cerró en dulce, con mucho más satisfacción que berridos, pero que le
vamos a hacer, otra vez la historia podrá terminar con otro final, pero eso
formará parte de otra instantánea.
Saludos.
5 de octubre de 2015
Manuel
Camuñas.