martes, 1 de julio de 2014

LA POLIFÓNICA CONTRASTE VA DE CONCIERTO


 

LA POLIFÓNICA CONTRASTE VA DE CONCIERTO

 

Nos vamos de cante, ¿te vienes?. Pues ale, comienza el vodevil, entren y lean. Lo primero, antes de salir de casa, es emfundarnos el traje de los conciertos, de esto ya comentaré más adelante, y nos acercamos al autobús que ya nos espera arrancado junto a la plaza de la feria.

La tarde es ventosa, como la mañana, y augura una bajada de las temperaturas en la noche. Esta situación atmosférica no es nueva, en los últimos años de lunes a viernes hace el calor normal del estío, pero llegado el finde le da por joder y la cosa cambia y el termómetro baja algunos grados, poniendo cardiacos a los propietarios de las terrazas, que no pueden hacer su agosto y nunca mejor dicho. Como decía mi padre, «el tiempo remuda», que te da por pensar que algo tendremos que ver los reyezuelos de la evolución en este cachondeo de desarreglos metereológicos, y no porque la resultona e inrigante cuestión atmosférica, se vista de fiestuqui y se pase de frenada con el alcohol y, como consecuencia, nos dedique a la afición unas turbulencias de cuando en vez, no, no, para nada.

Pues bien, una vez puestos en marcha, presten atención que lo del autocar tiene tomate. Ahí voy: el troncobús tiene una capacidad para setenta pasajeros pero, por la gloria de mi madre, o sobran plazas o faltan metros al cochecito, porque los que se sientan en el lado izquierdo, por lo menos la mitad de los viajeros,  lo han de hacer con las rodillas pegadas al pecho, que digo pegadas, clavadas a golpe de martillo pilón y con clavos de herrero, no porque tengan nostalgia de su vida fetal, o estén acosados por el frío y de ese modo guarden el calor que les mantiene activos, o practiquen contorsionismo para un concurso televisivo de esos que premian cualquier gilipollez, sino porque no hay forma humana de sentarse de aquella manera que lo hemos hecho desde que se inventaron las sillas o sillones, y ya se sabe, como somos animalotes de costumbres, lo venimos haciendo así de generación en generación, y, como no nos ha ido mal, no nos arriesgamos a experimentar nuevas formas de apoyo del culete. No obstante, la colocación de los asientos no admite improvisaciones, y por mucho que se quiera ser original nada de nada (esto se llama resignación).  Eso si, podríamos proponer un premio para el diseñador o diseñadora del equipamiento del coche. Como se quedaría, vaya cuajo, seguro que no se sentó, o si lo hizo lo de darle un premio se queda corto, pero que muy corto, dos y subiendo.

Como estáis comprobando la tarde comenzaba con un contratiempo notorio, pero si hubiese sido ese el único, hubiéramos cantado a ocho voces sin ensayo ni directora, que el mismo Orfeón vasco nos habría hecho el pasillo. Pero no, los problemas solo acababan de comenzar. Encajados por fin en los asientos de optimización, tiembla payo, cada vez que se habla de optimizar, bofetón que te llevas con solo pasar por allí, nos percatamos que el aire acondicionado no «furulaba», y aunque algunos pensasen que una vez en marcha comenzaría a refrescarnos los sofocos de la siesta, por supuesto, optimamente, solo era un buen deseo propio de la buena fe de los coristas, y como no hay una sin dos, otra vez hostia al canto. Sin embargo, enfocándolo de otra forma, que, a veces, nos quejamos de vicio, y tenemos una panorámica más reducida que la de un ciego aunque vuele por la alta estratosfera, y tampoco es eso muchachotes, pues viajar y al mismo tiempo disfrutar de una sauna, es un lujo de los llamados asiáticos, que siendo sincero no sé bien que significa, pero que es sinónimo de algo que está muy requetebién, y, ojo, más a nuestro favor, lo de la sauna entra en el precio del viaje, es decir, es una deferencia de la empresa de transporte, no de mercancías, sino de viajeros, lo aclaro porque alguno puede llegar a pensarlo y otros lo verían razonable, y en esa deriva le podríamos recriminar al empresario lo que debiera ser motivo de aplauso, que así se las ponían a Fernando VII, ese pedazo de mamón que ahora se ponía de parte de España, ahora de Francia, y si no le echaron a gorrazos de tierras peninsulares, como la vamos a tomar nosotros con una empresa tan polivalente, y porque no le dimos la posibilidad de un cóctel de bienvenida, que si no el refectorio de la proclamación de Felipe VI hubiese sido una ración de palillos y huesos de aceituna, como decíamos de chicos, comparado con lo nuestro. Ah, y otra cosita más, de paso la fogata nos estaba sirviendo para tener calentita la voz, ¡coño hasta ahí podrían haber llegado las bromas!, que teniendo todo el cuerpo como un horno con pirólisis, las cuerdas vocales estuvieran más frías que las aguas de la Laguna Grande de Gredos. En ese placer de la guaguasauna estábamos cuando, llegando a Fuensalida, una de las trampillas del techo, que permanecía abierta cual respiradero del calor del receptáculo semoviente, toma vida propia y despega en vuelo de exhibición, con la suerte de no circular ningún vehículo por la carretera ni tener espectadores para contemplar el vuelo acrobático de la escotilla. El conductor reacciona inmediatamente y detiene el coche con una frenada que, visto lo visto, cualquiera podía dudar que lo consiguiera, pero lo hace y, a los pocos minutos regresa al autobús con el ventanuco bajo el brazo, como un cazador que ha cobrado su pieza. ¡Enhorabuena campeón! (eso se llama eficacia).

A las nueve, aproximadamente, nos encaramamos al graderío que nos habían colocado para cantar, que por cierto entre escalón y escalón tenía un hueco tan exagerado como el hueco que dejó la defensa de la selección española contra Holanda, o como el precipicio que se abre bajo el mirador de la presa hidroeléctrica de los Arribes del Duero, y que mejor era no mirar para abajo por si las moscas, no fuera a ser que nos diese un vértigo de caballo y al carajo el concierto (eso se llama valentía). De la actuación me remito a lo que, en su día, nos diga nuestra alma máter. Pero sí quiero destacar que, al finalizar la última, nos quedamos esperando a que los espectadores nos pidiesen otra, que la teníamos preparadita y no era cuestión de pasar de ella con lo bonica que nos sale. Pero no hubo tu tía, ni siquiera nuestros paisanos, que nos siguen, se supone, incondicionalmente, se atrevieron a pedirla. ¡Vamos hombre!, que estáis ahí para apoyarnos. Qué mejor que pedir otra con insistencia, humo en las palmas y fuego en los ojos. Así, así, a muerte con la Polifónica Contraste, ¡leches!, que estáis más parados que la autovía Sonseca-Toledo. Así que, cuando todo parecía perdido y la campana amenazaba con atronar nuestros finos oídos, porque a estas alturas no vamos a dudar que son finos y musicales hasta regalar, (esto se llama chulería) siempre hay alguien que sale en defensa de los artistas, parece de película, ¿verdad?, pero así fueron las cosas y así se las transmito, de tal guisa que ahí estaba nuestra querida Aurora con su aguja para zurcir cualquier roto o descosido, y en un arranque de expontaneidad, dirijiéndose a los espectadores les dijo que les agradecía el respeto que habían mantenido durante la actuación y en correspondencia les cantaríamos una propina. El público que entendió que debían aguardar un rato más a los suyos, le agradeció su sinceridad con un aplauso, y, nosotros que estuvimos a la altura de las grandes ocasiones, como no podía ser de otro modo, hicimos nuestros deberes y les ofrecimos el regalo, y sin hacernos rogar, que oye, eso tiene su mérito (esto se llama generosidad).

Concluida la exhibición musical, con el troglobús nos fuimos a una bodega de Fuensalida, donde la coral San José nos agasajó con unos pinchos variados. El tapeo tuvo su puesta en escena, y esto fue muy importante, sobre un césped que todas las chicas que montaban tacones, especialmente los de punta fina, debían estar continuamente en movimiento, lo que ocasionó algún traspiés que otro, que al hacerlo con una copa en la mano sin que se derramase, tenía su mérito, vaya que lo tenía, y no es porque estuviesen nerviosas, no, sino porque a poco que se quedaran quietas unos instantes, los tacones se clavaban en el húmedo césped con tanta profesionalidad, que o bien las teníamos que arrancar a tirones o debían salir de esa plantación dejando allí los zapatos, porque la opción de quedarse a vivir en esa pradera no se contemplaba. Por cierto, la velada estuvo amenizada por las canciones de los payasos de la tele. Total, que al compás de la gallina Turuleta, esa gran canción de la edad del hierro más o menos, (la música no era para los coristas, sino para los zagales que estaban en la celebración de un bautizo) se fue pasando el tiempo en grata charla con los compañeros del coro anfitrión, y fue en esos momentos cuando echamos de menos la chaqueta y corbata con la que nos flagelamos, en el escenario, en noches estivales, porque el fresquito se hacía notar, (ya lo anunciaban los vientos a lo largo del día) lo que no justifica de ningún modo, hermanos, que nos tengamos que vestir ese traje de buzo para estos conciertos de calorcito del bueno, que la sudada que nos pegamos no hay desodorante que la resista.

Un consuelo nos quedó a la vuelta, y es que no tendríamos que padecer el aire acondicionado del troglobús, porque, claro, en esa época no se llevaba esto del aire frío en lata, y quieras que no, eso que nos llevamos para el cuerpo. Y, por último, ¿recuerdan lo de la trampilleta del techo?, claro que la recuerdan, como para olvidarla amigos, pues bien, el conductor, maestro en bricolaje por la universidad de los tartesos, al tiempo que nosotros cantábamos, él estuvo fijándola al techo con unas cuerdas para que sirva varios siglos más, pues coches tan duros ya no se hacen. ¿Por qué?. Efectivamente jovenzuelo, lo has petao, porque estamos en la era de la optimización.

Saluditos.

 
 

1 de julio de 2014

Manuel Camuñas

 

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