LA POLIFÓNICA CONTRASTE VA DE CONCIERTO
Nos vamos
de cante, ¿te vienes?. Pues ale, comienza el vodevil, entren y lean. Lo
primero, antes de salir de casa, es emfundarnos el traje de los conciertos, de
esto ya comentaré más adelante, y nos acercamos al autobús que ya nos espera arrancado
junto a la plaza de la feria.
La
tarde es ventosa, como la mañana, y augura una bajada de las temperaturas en la
noche. Esta situación atmosférica no es nueva, en los últimos años de lunes a
viernes hace el calor normal del estío, pero llegado el finde le da por joder y
la cosa cambia y el termómetro baja algunos grados, poniendo cardiacos a los
propietarios de las terrazas, que no pueden hacer su agosto y nunca mejor dicho.
Como decía mi padre, «el tiempo remuda», que te da por pensar que algo
tendremos que ver los reyezuelos de la evolución en este cachondeo de
desarreglos metereológicos, y no porque la resultona e inrigante cuestión
atmosférica, se vista de fiestuqui y se pase de frenada con el alcohol y, como
consecuencia, nos dedique a la afición unas turbulencias de cuando en vez, no,
no, para nada.
Pues
bien, una vez puestos en marcha, presten atención que lo del autocar tiene
tomate. Ahí voy: el troncobús tiene una capacidad para setenta pasajeros pero, por
la gloria de mi madre, o sobran plazas o faltan metros al cochecito, porque los
que se sientan en el lado izquierdo, por lo menos la mitad de los
viajeros, lo han de hacer con las
rodillas pegadas al pecho, que digo pegadas, clavadas a golpe de martillo pilón
y con clavos de herrero, no porque tengan nostalgia de su vida fetal, o estén
acosados por el frío y de ese modo guarden el calor que les mantiene activos, o
practiquen contorsionismo para un concurso televisivo de esos que premian
cualquier gilipollez, sino porque no hay forma humana de sentarse de aquella
manera que lo hemos hecho desde que se inventaron las sillas o sillones, y ya
se sabe, como somos animalotes de costumbres, lo venimos haciendo así de
generación en generación, y, como no nos ha ido mal, no nos arriesgamos a
experimentar nuevas formas de apoyo del culete. No obstante, la colocación de
los asientos no admite improvisaciones, y por mucho que se quiera ser original
nada de nada (esto se llama resignación).
Eso si, podríamos proponer un premio para el diseñador o diseñadora del
equipamiento del coche. Como se quedaría, vaya cuajo, seguro que no se sentó, o
si lo hizo lo de darle un premio se queda corto, pero que muy corto, dos y
subiendo.
Como
estáis comprobando la tarde comenzaba con un contratiempo notorio, pero si hubiese
sido ese el único, hubiéramos cantado a ocho voces sin ensayo ni directora, que
el mismo Orfeón vasco nos habría hecho el pasillo. Pero no, los problemas solo
acababan de comenzar. Encajados por fin en los asientos de optimización, tiembla
payo, cada vez que se habla de optimizar, bofetón que te llevas con solo pasar
por allí, nos percatamos que el aire acondicionado no «furulaba», y aunque
algunos pensasen que una vez en marcha comenzaría a refrescarnos los sofocos de
la siesta, por supuesto, optimamente, solo era un buen deseo propio de la buena
fe de los coristas, y como no hay una sin dos, otra vez hostia al canto. Sin
embargo, enfocándolo de otra forma, que, a veces, nos quejamos de vicio, y
tenemos una panorámica más reducida que la de un ciego aunque vuele por la alta
estratosfera, y tampoco es eso muchachotes, pues viajar y al mismo tiempo
disfrutar de una sauna, es un lujo de los llamados asiáticos, que siendo
sincero no sé bien que significa, pero que es sinónimo de algo que está muy requetebién,
y, ojo, más a nuestro favor, lo de la sauna entra en el precio del viaje, es
decir, es una deferencia de la empresa de transporte, no de mercancías, sino de
viajeros, lo aclaro porque alguno puede llegar a pensarlo y otros lo verían
razonable, y en esa deriva le podríamos recriminar al empresario lo que debiera
ser motivo de aplauso, que así se las ponían a Fernando VII, ese pedazo de
mamón que ahora se ponía de parte de España, ahora de Francia, y si no le
echaron a gorrazos de tierras peninsulares, como la vamos a tomar nosotros con
una empresa tan polivalente, y porque no le dimos la posibilidad de un cóctel
de bienvenida, que si no el refectorio de la proclamación de Felipe VI hubiese
sido una ración de palillos y huesos de aceituna, como decíamos de chicos,
comparado con lo nuestro. Ah, y otra cosita más, de paso la fogata nos estaba
sirviendo para tener calentita la voz, ¡coño hasta ahí podrían haber llegado
las bromas!, que teniendo todo el cuerpo como un horno con pirólisis, las
cuerdas vocales estuvieran más frías que las aguas de la Laguna Grande de
Gredos. En ese placer de la guaguasauna estábamos cuando, llegando a
Fuensalida, una de las trampillas del techo, que permanecía abierta cual
respiradero del calor del receptáculo semoviente, toma vida propia y despega en
vuelo de exhibición, con la suerte de no circular ningún vehículo por la carretera
ni tener espectadores para contemplar el vuelo acrobático de la escotilla. El
conductor reacciona inmediatamente y detiene el coche con una frenada que,
visto lo visto, cualquiera podía dudar que lo consiguiera, pero lo hace y, a
los pocos minutos regresa al autobús con el ventanuco bajo el brazo, como un
cazador que ha cobrado su pieza. ¡Enhorabuena campeón! (eso se llama eficacia).
A las
nueve, aproximadamente, nos encaramamos al graderío que nos habían colocado
para cantar, que por cierto entre escalón y escalón tenía un hueco tan exagerado
como el hueco que dejó la defensa de la selección española contra Holanda, o
como el precipicio que se abre bajo el mirador de la presa hidroeléctrica de
los Arribes del Duero, y que mejor era no mirar para abajo por si las moscas, no
fuera a ser que nos diese un vértigo de caballo y al carajo el concierto (eso
se llama valentía). De la actuación me remito a lo que, en su día, nos diga
nuestra alma máter. Pero sí quiero destacar que, al finalizar la última, nos
quedamos esperando a que los espectadores nos pidiesen otra, que la teníamos
preparadita y no era cuestión de pasar de ella con lo bonica que nos sale. Pero
no hubo tu tía, ni siquiera nuestros paisanos, que nos siguen, se supone,
incondicionalmente, se atrevieron a pedirla. ¡Vamos hombre!, que estáis ahí
para apoyarnos. Qué mejor que pedir otra con insistencia, humo en las palmas y
fuego en los ojos. Así, así, a muerte con la Polifónica Contraste, ¡leches!,
que estáis más parados que la autovía Sonseca-Toledo. Así que, cuando todo
parecía perdido y la campana amenazaba con atronar nuestros finos oídos, porque
a estas alturas no vamos a dudar que son finos y musicales hasta regalar, (esto
se llama chulería) siempre hay alguien que sale en defensa de los artistas, parece
de película, ¿verdad?, pero así fueron las cosas y así se las transmito, de tal
guisa que ahí estaba nuestra querida Aurora con su aguja para zurcir cualquier
roto o descosido, y en un arranque de expontaneidad, dirijiéndose a los
espectadores les dijo que les agradecía el respeto que habían mantenido durante
la actuación y en correspondencia les cantaríamos una propina. El público que
entendió que debían aguardar un rato más a los suyos, le agradeció su
sinceridad con un aplauso, y, nosotros que estuvimos a la altura de las grandes
ocasiones, como no podía ser de otro modo, hicimos nuestros deberes y les
ofrecimos el regalo, y sin hacernos rogar, que oye, eso tiene su mérito (esto
se llama generosidad).
Concluida
la exhibición musical, con el troglobús nos fuimos a una bodega de Fuensalida,
donde la coral San José nos agasajó con unos pinchos variados. El tapeo tuvo su
puesta en escena, y esto fue muy importante, sobre un césped que todas las
chicas que montaban tacones, especialmente los de punta fina, debían estar
continuamente en movimiento, lo que ocasionó algún traspiés que otro, que al
hacerlo con una copa en la mano sin que se derramase, tenía su mérito, vaya que
lo tenía, y no es porque estuviesen nerviosas, no, sino porque a poco que se
quedaran quietas unos instantes, los tacones se clavaban en el húmedo césped
con tanta profesionalidad, que o bien las teníamos que arrancar a tirones o
debían salir de esa plantación dejando allí los zapatos, porque la opción de
quedarse a vivir en esa pradera no se contemplaba. Por cierto, la velada estuvo
amenizada por las canciones de los payasos de la tele. Total, que al compás de
la gallina Turuleta, esa gran canción de la edad del hierro más o menos, (la
música no era para los coristas, sino para los zagales que estaban en la
celebración de un bautizo) se fue pasando el tiempo en grata charla con los
compañeros del coro anfitrión, y fue en esos momentos cuando echamos de menos
la chaqueta y corbata con la que nos flagelamos, en el escenario, en noches
estivales, porque el fresquito se hacía notar, (ya lo anunciaban los vientos a
lo largo del día) lo que no justifica de ningún modo, hermanos, que nos
tengamos que vestir ese traje de buzo para estos conciertos de calorcito del
bueno, que la sudada que nos pegamos no hay desodorante que la resista.
Un
consuelo nos quedó a la vuelta, y es que no tendríamos que padecer el aire
acondicionado del troglobús, porque, claro, en esa época no se llevaba esto del
aire frío en lata, y quieras que no, eso que nos llevamos para el cuerpo. Y,
por último, ¿recuerdan lo de la trampilleta del techo?, claro que la recuerdan,
como para olvidarla amigos, pues bien, el conductor, maestro en bricolaje por
la universidad de los tartesos, al tiempo que nosotros cantábamos, él estuvo
fijándola al techo con unas cuerdas para que sirva varios siglos más, pues
coches tan duros ya no se hacen. ¿Por qué?. Efectivamente jovenzuelo, lo has
petao, porque estamos en la era de la optimización.
Saluditos.
1 de
julio de 2014
Manuel
Camuñas
Es un placer leerte, amigo.
ResponderEliminarAbrazos